Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.
Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.
El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: 'Respetarán a mi hijo'.
Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?".
Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo". Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos". Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
+++
Los frutos son de Dios pero nosotros nos queremos quedar con ellos.
Nosotros somos como un árbol que da pocos frutos, y los pocos que da no los quiere entregar. Somos como un árbol plantado por un mayordomo que recibe a diario su dosis de agua, su abono y todo el cuidado necesario para producir, pero que no quiere entregar esos frutos porque los quiere para sí mismo. ¿Por qué digo esto? porque nuestra condición es egoísta, porque no confiamos en Dios, porque trabajamos para nosotros mismos. A Dios no le creemos y lo hacemos a un lado. Dios ha pasado de ser nuestra razón de ser a una figura mítica inventada por una institución llamada Iglesia que quiere gobernar por medio del miedo a los hombres. Dios ha dejado de ser el amigo, el consejero, el amor y el fin de todo hombre.
Entonces, ¿cómo vamos a querer entregarle los pocos frutos producidos a alguien en quien ya no creemos? es por eso que pensamos que los frutos van a estar mejor en nuestras manos que en las manos de Dios. Pero no hay nada más alejado de la realidad.
Es tiempo de volver a Dios. Es tiempo de confiar en Dios. Es tiempo de alzar nuestra mirada nuevamente hacia el cielo y contemplar al Creador que nos ama. Es tiempo de volver nuestra mirada hacia Dios y contemplar al que se ha entregado por nosotros en la prueba máxima de amor en el Sacrificio de la Cruz. Es tiempo de ser como aquella viña que da frutos abundantes de caridad y de servicio. En definitiva, es tiempo de confiar en Dios y de decir con toda la Iglesia y con todos los Santos, especialmente con Santa Margarita de Alacoque:
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN VOS CONFÍO... y por eso te entrego mis pobres frutos, porque están mejor en tus manos que en las mías.
Sagrado Corazón de Jesús en vos confío, y por eso te entrego mi vida, porque tú sabes qué es lo mejor para mí, en cambio yo no sé ni siquiera qué es lo que quiero.
Sagrado Corazón de Jesús en vos confío, porque el mundo quiere que confíe en él y yo quiero confiar en mí, pero la verdad es que sólo tú, Corazón Divino, eres digno de confianza porque eres la perfección del amor.
Sagrado Corazón de Jesús en vos confío.
Las Doce Promesas del Sagrado Corazón
En mayo de 1673, el Corazón de Jesús le dio a Santa Margarita María para aquellas almas devotas a su Corazón las siguientes promesas:
* Les daré todas las gracias necesarias para su estado de vida.
* Les daré paz a sus familias.
* Las consolaré en todas sus penas.
* Seré su refugio durante la vida y sobre todo a la hora de la muerte.
* Derramaré abundantes bendiciones en todas sus empresas.
* Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia.
* Las almas tibias se volverán fervorosas.
* Las almas fervorosas harán rápidos progresos en la perfección.
* Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada.
* Otorgaré a aquellos que se ocupan de la salvación de las almas el don de mover los corazones más endurecidos.
* Grabaré para siempre en mi Corazón los nombres de aquellos que propaguen esta devoción.
* Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento.
La Gran Promesa de la comunión de los Nueve Primeros Viernes de Mes
A lo largo de la Historia el Sagrado Corazón de Jesús ha tenido amigos y confidentes, pero qué duda cabe que entre todos descuella santa Margarita María de Alacoque, a la que distinguió por medio de la gran revelación de esta devoción a finales del siglo XVII. En una de sus apariciones a la visitandina, un viernes de 1688, el Señor le dijo: « Je te promets dans l'excès de la miséricorde de mon Cœur que son amour tout-puissant accordera à tous ceux qui communieront les premiers vendredis neuf fois de suite la grâce de la pénitence finale ; qu'ils ne mourront point dans ma disgrâce ni sans recevoir leurs sacrements et que mon Cœur se rendra leur asile assuré à cette dernière heure » (Yo te prometo en el exceso de misericordia de mi Corazón que su amor todopoderoso concederá a todos aquellos que comulgaren los primeros viernes de mes nueve veces seguidas la gracia de la penitencia final ; que no morirán en mi desgracia ni sin haber recibido sus sacramentos y que mi corazón se volverá para ellos un asilo seguro en la última hora).
¡Magnífica promesa! Por eso se la llama “la Gran Promesa”, pues en ella ofrece el Corazón de Jesús nada menos que la seguridad de la salvación a los que comulgaren nueve primeros viernes de mes seguidos. Ya en 1674, había instado a santa Margarita María a esta práctica, pidiéndole que comulgara “siempre que la obediencia se lo permita, especialmente todos los primeros viernes”. Catorce años después quería que esta comunión se extendiera a todos, vinculándole nada menos que la certeza de la perseverancia final. En toda la Historia de la Iglesia sólo se conocía una promesa del género: la del Santo Escapulario de Nuestra Señora del Carmen, hecha a san Simón Stock en el siglo XIII. Ahora se añadía la hecha por Jesucristo mismo a su confidente cuatro siglos más tarde, en el curso de unas revelaciones que constituían “un último esfuerzo del amor del Señor amor para con los pecadores, con el objeto de llevarlos a penitencia y darles abundantemente sus gracias eficaces y santificantes, y así obtener su salvación” (Sta. Margarita María: Carta 102). El paralelo de estas dos grandes promesas está plasmado en la medalla-escapulario que, por privilegio de san Pío X, puede substituir el escapulario de tela del Carmelo y que representa en una cara al Sagrado Corazón y en la otra a la Santísima Virgen bajo la advocación del Carmen.
Como con el Santo Escapulario, se han dado malos entendidos respecto de la gran promesa de la comunión de los nueve primeros viernes de mes. Los enemigos de la Iglesia se ríen de una revelación que promete el cielo por sólo unos actos de piedad, diciendo: “¡Qué barato sale salvarse!”. Y piensan que todo consiste en que basta comulgar nueve primeros viernes seguidos y después hacer uno lo que le venga en gana. “Total –continúan– hágase lo que se haga, se tiene ya asegurado el Paraíso: ¡palabra de Jesucristo!”. Por desgracia, hay no pocos entre los católicos que también piensan eso, cayendo así en el terrible pecado de presunción, al creer que la misericordia divina los salvará sin conversión y les dará la gloria sin mérito. Es como si se dijeran: “comulguemos los nueve primeros viernes y después pequemos cuanto queramos”, lo cual es una deformación odiosa de la Gran Promesa y un terrible abuso de la confianza y de la bondad del Divino Corazón.
Vamos a disipar equívocos. No es que quien comulgue nueve primeros viernes de mes seguidos posea ya infaliblemente un certificado de salvación, sino que esa serie de nueve comuniones, si hechas digna y reverentemente y con recta intención, le proporcionarán las gracias necesarias para ser un buen cristiano y, como consecuencia y colofón, le granjearán una buena muerte, la muerte de los justos. No debemos ver en la promesa un automatismo y una eficacia mágica, como si pudiéramos manipular las cosas de Dios para obtener determinados resultados. Tanto si se lleva el escapulario, como si se comulga los nueve primeros viernes (o los cinco primeros sábados de mes, de los que hablaremos en otra ocasión), ello presupone en principio una vida cristiana y conforme a la Ley de Dios y los preceptos de la Iglesia (aunque uno tenga caídas y recaídas, propias de nuestra naturaleza quebrantada por el pecado original). Tales prácticas a las que van aparejadas tan extraordinaria promesa como es la de la perseverancia final se suponen siempre en buena fe. Es decir, quien las llevare a cabo dolosamente, con el único propósito de asegurarse la salvación y llevar más tarde una vida desarreglada estaría ya pecando y haciéndolas ineficaces. Es como el adulto no bautizado que, sabiendo que el sacramento del bautismo borra todos los pecados, tanto el original como los actuales, difiriera el recibirlo para poder gozarse un tiempo más de licencia y de disipación, lo cual sería burlarse de la gracia de Dios.
Vamos a disipar equívocos. No es que quien comulgue nueve primeros viernes de mes seguidos posea ya infaliblemente un certificado de salvación, sino que esa serie de nueve comuniones, si hechas digna y reverentemente y con recta intención, le proporcionarán las gracias necesarias para ser un buen cristiano y, como consecuencia y colofón, le granjearán una buena muerte, la muerte de los justos. No debemos ver en la promesa un automatismo y una eficacia mágica, como si pudiéramos manipular las cosas de Dios para obtener determinados resultados. Tanto si se lleva el escapulario, como si se comulga los nueve primeros viernes (o los cinco primeros sábados de mes, de los que hablaremos en otra ocasión), ello presupone en principio una vida cristiana y conforme a la Ley de Dios y los preceptos de la Iglesia (aunque uno tenga caídas y recaídas, propias de nuestra naturaleza quebrantada por el pecado original). Tales prácticas a las que van aparejadas tan extraordinaria promesa como es la de la perseverancia final se suponen siempre en buena fe. Es decir, quien las llevare a cabo dolosamente, con el único propósito de asegurarse la salvación y llevar más tarde una vida desarreglada estaría ya pecando y haciéndolas ineficaces. Es como el adulto no bautizado que, sabiendo que el sacramento del bautismo borra todos los pecados, tanto el original como los actuales, difiriera el recibirlo para poder gozarse un tiempo más de licencia y de disipación, lo cual sería burlarse de la gracia de Dios.
Así pues, la comunión de los nueve primeros viernes ha de hacerse concienzudamente y teniendo en vista que si es verdad que Jesucristo quiere que por ella nos salvemos no es menos cierto que implica el compromiso de ser buenos y corresponderle por su gran misericordia. La comunión debe prepararse y hacerse con las condiciones necesarias para que sea digna y eficaz (véase: http://costumbrario.blogspot.com/2009/02/recibir-la-santa-comunion-se-ha.html). Una comunión hecha incluso en estado de gracia, pero distraídamente y como de pasada, sólo por cumplir con el trámite para ganar la promesa del Corazón de Jesús, difícilmente podría reputarse como satisfactoria. Además, ha de hacerse, como se ha dicho antes, con recta intención, esto es: con la intención de corresponder a Nuestro Señor por sus bondades mediante una vida santa y entregada al amor de su Sagrado Corazón. La comunión ha de hacerse siempre con el propósito de permanecer en la gracia de Dios y detestando el pecado, nunca con la maliciosa perspectiva de pecar más adelante para después confesarse. Quien vive en estado habitual de pecado y persiste en él difícilmente podrá tener recta intención al comulgar (si es que sus comuniones no son sacrílegas por confesiones inválidas al faltar el sincero propósito de enmienda).
¿Por qué el número de nueve comuniones y que sean seguidas? Se nos ocurre que el Corazón de Jesús nos ha puesto con ello una dulce trampa para que caigamos en sus redes de Amor. Sabiendo lo inconstantes que somos, el obligarnos a estar en gracia para poder comulgar una vez al mes durante nueve meses seguidos crea en nosotros un hábito bueno, que nos predispone a perseverar. Si repetidamente nos confesamos y comulgamos dignamente, terminaremos por encontrar que se está muy bien siendo buenos cristianos. En el arco de nueve meses eso se nota. Por supuesto hablamos aquí de un hábito humano, que se crea con la repetición de los mismos actos. Pero este hábito humano de recibir los sacramentos para prepararse a los nueve primeros viernes se perfecciona con la gracia y las virtudes teologales, que, como sabemos, son hábitos infusos, que perfeccionan y elevan nuestros hábitos humanos. Así pues, es difícil –por no decir imposible– que alguien que quiere acogerse sinceramente a la Gran Promesa tenga después la intención de vivir mal. Por supuesto, poderoso es Dios que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva y no niega sus auxilios al mayor monstruo de maldad que pueda existir, pero que vaya a salvar a quien juega a la ruleta rusa con su salvación y pretenda cometer fraude contra el Espíritu Santo abusando de una promesa maravillosa de Jesucristo, eso es impensable.
Muchos de nosotros hemos hecho las comuniones de los nueve primeros viernes, sobre todo los que tuvimos la fortuna de ser educados por los Padres de la Compañía de Jesús, abanderada de la devoción al Corazón de Jesús. Pero muchos otros no las han hecho. Todos podemos cumplir una y otra vez con esa cita de amor con Nuestro Señor cada primer viernes de mes. No importa si ya lo hemos cumplido o no. Y cada vez que lo hacemos podemos encomendar a alguien de nuestro entorno o que se haya encomendado a nuestras oraciones para que se anime a observar esta santa práctica. Es un modo de ser apóstol del corazón adorable de nuestro Redentor. Hace muchos años, en la televisión de algún país sudamericano unos días antes del primer viernes aparecía un breve anuncio entre la programación que decía: “Católico: este viernes es primer viernes. ¡Comulga!”. Lástima que esta hermosa costumbre haya desaparecido ahogada por nuevos contenidos televisivos que no nos recuerdan la fe católica sino los engañosos atractivos de los enemigos del alma. Pero sí sería conveniente que una campanita en nuestro corazón nos recordara la proximidad del primer viernes.
Para prepararse a ese día recomendamos preparar una confesión concienzuda a fin de adecentar el alma para recibir a Jesús y dedicarle una Hora Santa el jueves anterior (se pueden ver los magníficos textos del P. Mateo Crawley-Boevey, el gran apóstol peruano del Sagrado Corazón, en este vínculo:http://www.geocities.com/asociacionmariana/PMateo.htm). Ya el viernes sería lo ideal observar el ayuno antiguo (desde la medianoche) y asistir a la misa por la mañana temprano, comulgando en ella, o pedir la comunión fuera de la misa si no hay tiempo de oír ésta (lo que podría hacerse por la tarde). De este modo, se comienza ya el día consagrándolo al Corazón de Jesús mediante la comunión reparadora (en la que, como mínimo, deberíamos detenernos un cuarto de hora, si no más). Para aspectos prácticos relacionados con la comunión de los nueve primeros viernes de mes recomendamos este vínculo: http://webcatolicodejavier.org/nueveviernes.html.
¿Por qué el número de nueve comuniones y que sean seguidas? Se nos ocurre que el Corazón de Jesús nos ha puesto con ello una dulce trampa para que caigamos en sus redes de Amor. Sabiendo lo inconstantes que somos, el obligarnos a estar en gracia para poder comulgar una vez al mes durante nueve meses seguidos crea en nosotros un hábito bueno, que nos predispone a perseverar. Si repetidamente nos confesamos y comulgamos dignamente, terminaremos por encontrar que se está muy bien siendo buenos cristianos. En el arco de nueve meses eso se nota. Por supuesto hablamos aquí de un hábito humano, que se crea con la repetición de los mismos actos. Pero este hábito humano de recibir los sacramentos para prepararse a los nueve primeros viernes se perfecciona con la gracia y las virtudes teologales, que, como sabemos, son hábitos infusos, que perfeccionan y elevan nuestros hábitos humanos. Así pues, es difícil –por no decir imposible– que alguien que quiere acogerse sinceramente a la Gran Promesa tenga después la intención de vivir mal. Por supuesto, poderoso es Dios que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva y no niega sus auxilios al mayor monstruo de maldad que pueda existir, pero que vaya a salvar a quien juega a la ruleta rusa con su salvación y pretenda cometer fraude contra el Espíritu Santo abusando de una promesa maravillosa de Jesucristo, eso es impensable.
Muchos de nosotros hemos hecho las comuniones de los nueve primeros viernes, sobre todo los que tuvimos la fortuna de ser educados por los Padres de la Compañía de Jesús, abanderada de la devoción al Corazón de Jesús. Pero muchos otros no las han hecho. Todos podemos cumplir una y otra vez con esa cita de amor con Nuestro Señor cada primer viernes de mes. No importa si ya lo hemos cumplido o no. Y cada vez que lo hacemos podemos encomendar a alguien de nuestro entorno o que se haya encomendado a nuestras oraciones para que se anime a observar esta santa práctica. Es un modo de ser apóstol del corazón adorable de nuestro Redentor. Hace muchos años, en la televisión de algún país sudamericano unos días antes del primer viernes aparecía un breve anuncio entre la programación que decía: “Católico: este viernes es primer viernes. ¡Comulga!”. Lástima que esta hermosa costumbre haya desaparecido ahogada por nuevos contenidos televisivos que no nos recuerdan la fe católica sino los engañosos atractivos de los enemigos del alma. Pero sí sería conveniente que una campanita en nuestro corazón nos recordara la proximidad del primer viernes.
Para prepararse a ese día recomendamos preparar una confesión concienzuda a fin de adecentar el alma para recibir a Jesús y dedicarle una Hora Santa el jueves anterior (se pueden ver los magníficos textos del P. Mateo Crawley-Boevey, el gran apóstol peruano del Sagrado Corazón, en este vínculo:http://www.geocities.com/asociacionmariana/PMateo.htm). Ya el viernes sería lo ideal observar el ayuno antiguo (desde la medianoche) y asistir a la misa por la mañana temprano, comulgando en ella, o pedir la comunión fuera de la misa si no hay tiempo de oír ésta (lo que podría hacerse por la tarde). De este modo, se comienza ya el día consagrándolo al Corazón de Jesús mediante la comunión reparadora (en la que, como mínimo, deberíamos detenernos un cuarto de hora, si no más). Para aspectos prácticos relacionados con la comunión de los nueve primeros viernes de mes recomendamos este vínculo: http://webcatolicodejavier.org/nueveviernes.html.
No hay comentarios:
Publicar un comentario