Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".
Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa".
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Esta imagen del Buen Pastor me gusta muchísimo. Primero que todo porque no es la típica imagen de Jesús con un bastón en la mano mirando hacia el horizonte como si no tuviera nada qué hacer o como si las ovejas estuvieran seguras.
En segundo lugar, porque la oveja está sobre los hombros de Jesús y está aferrada por sus manos.
En tercer lugar, por la expresión del Señor que ama sufriendo y sufre amando. Y por eso carga a la oveja con mucho amor pero también con dolor porque el amor duele mucho.
Finalmente, por los espinos que tiene que pisar para poder salvar a la oveja.
¡Ese sí es el Buen Pastor!
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