02 septiembre, 2010

Jueves 2 de septiembre de 2010. Lc 5, 1-11

Increíble, Jesús no llama a los que puede sino a los que quiere. Aquellos pescadores estaban trabajando mientras que la multitud estaba escuchando a Jesús.

¿Por qué razón Jesús no llamó a uno de los que lo estaban escuchando? Jesús va y llama a los que no lo estaban escuchando para hacerlos sus discípulos. Jesús se encaprichó con aquellos pescadores y poco a poco se fue acercando a ellos, luego subió a una de sus barcas y les pidió que dejaran de hacer lo que estaban haciendo para remar y alejarse de la orilla. Finalmente todo el diálogo fue con ellos, los pescadores.

¿No fue acaso una excusa subirse a la barca y alejarse? Claro, todo era perfecto, bajo el pretexto de la predicación se sube a la barca, luego, bajo el pretexto de la pesca se aleja de la orilla, finalmente, cuando estaban solos y lejos de toda la multitud llega el milagro, pero ¿qué habrá dicho Jesús a los pescadores mientras estaban solos?

Igualmente pasa con nuestra vida, Jesús se acerca bajo algún pretexto, luego se sube a nuestra barca, con otro pretexto cualquiera, después nos pide que nos alejemos un poco del mundo, y cuando ya lo estamos escuchando nos lleva mar adentro para hablarnos al corazón. Finalmente llega el milagro.

Gracias Señor porque siempre se cumplen las palabras de profeta Oseas: «Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón».

Gracias María porque has aprendido fielmente la técnica del Señor. Tú no te quedas atrás en pretextos para acercarte a nosotros. Gracias Madre santísima, porque tu amor nos sostiene.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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