Estamos enfermos. Jesús puede y quiere sanarnos, tal como pasó con la suegra de Pedro. En aquella ocasión se trataba de una enfermedad física que afectaba su cuerpo y su alma. Aquella mujer tenía deseos de servir a Jesús pero no podía. En cambio, nosotros estamos enfermos del alma y pudiendo servir a Jesús no queremos.
¿Cuántas personas no se sanan cuando se enferman? ¿Cuántas almas no se han salvado gracias a una enfermedad terminal? Qué paradójico que tengamos que enfermarnos del cuerpo para sanarnos del alma.
Señor, estoy enfermo del alma. Necesito levantarme y ponerme a servirte. ¿Quién pudiera ser como los santos que se donaban completamente a ti? Yo, en cambio, son vago, perezoso, poco servicial.
¿Quién pudiera ser como la Inmaculada para servirte y amarte en todas las acciones? Yo, en cambio, soy cómodo y egoísta.
Jesús Misericordioso, ordena a mi fiebre espiritual que desaparezca, y al igual que la suegra de Pedro pueda levantarme al instante y pueda servirte con todo mi corazón.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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