Evangelio según San Marcos 2,23-28.
Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar.
Entonces los fariseos le dijeron: "¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".
El les respondió: "¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre,
cómo
entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y
comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden
comer los sacerdotes?".
Y agregó: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado".
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El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. De la misma manera que un padre acompaña a sus pequeños hijos y los somete a leyes en el hogar para que lleguen a una madurez en el uso de la libertad, así mismo Dios dispuso la ley para llevar al hombre al uso razonable y justo de los dones que él mismo le dio.
Y de la misma manera que el padre en un momento de la vida reduce las leyes del hogar a un mínimo considerable porque el hijo ya puede ejercer su derecho a vivir sin ellas en virtud de lo aprendido, así mismo Dios en la plenitud de los tiempos ha perfeccionado la ley y le ha dado su plenitud en Cristo por medio del amor.
Entonces, el evangelio de hoy nos enseña precisamente eso: ¿Amamos a Dios porque así nos lo enseñaron y porque nos da temor sufrir las consecuencias de no hacerlo? ¿o porque Dios merece ser amado sobre todas las cosas por el simple hecho de haberno amado primero?
Eso lo entendió bien Santa Teresa cuando decía: "No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte... Muéveme tú Señor, muéveme al verte clavado en esa cruz y escarnecido. Muéveme ver tu cuerpo tan herido..."
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella
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