08 noviembre, 2013

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Evangelio según San Lucas 16,1-8.
Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
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Si fuéramos así de vivos con las cosas de Dios todo sería muy diferente. La verdad es que para las cosas buenas somos demasiado pasivos, pero para las cosas malas somos prontos y astutos.
¿Cuántas veces hemos dejado de hacer algo bueno por un par de obstáculos? En cambio, ¿cuántos obstáculos hemos sorteado para poder hacer algo malo?
Cuando se enfrentan los problemas de la vida se puede comprobar que hacer las cosas bien es mucho más difícil, complicado y largo. En cambio, hacer las cosas mal es fácil, rápido y práctico.
Si fuéramos más sagaces para el bien, seríamos más buenos. Pero no somos más bueno, o por lo menos buenos, porque no buscamos la mejor manera de serlo.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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