Evangelio según San Mateo 20,20-28.
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
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Dios conoce bien nuestros corazones. Él sabe bien qué es lo que queremos. Pero ¿sabemos nosotros qué queremos?
Nuestra vida es una búsqueda de sentido, una búsqueda de felicidad. Muchas veces pensamos encontrarla en cosas pequeñas, otras veces en cosas grandes, y otras veces en cosas imposibles. Pero la realidad es otra: la felicidad está en... ¿en dónde? en su fuente, en Dios y en aquello que Dios ha dispuesto para que la encontremos.
En las caricaturas se usa mucho la escena de dejar un rastro de comida para atraer a algún animal hacia una trampa. Así mismo, en la vida, Dios ha dispuesto un rastro de felicidad para atraernos hacia Él. La vida tiene una serie de pequeños gustos que nos van acercando a Dios, y así poder decir: "si esto es tan bueno, ¿cómo será lo verdaderamente bueno?", o tal vez, "si esto me hace tan feliz, ¿cómo será la felicidad?". Y finalmente, "¿cómo será Dios?".
Pero a veces pasa lo contrario, buscamos la felicidad donde no se nos ha perdido, y por lo tanto, donde no la vamos a encontrar. En ocasiones buscamos en el pecado; otras veces en el placer o en el poder o en el tener. ¿Acaso los hijos de Zebedeo y su madre no estaban buscando un puesto? ¿no es eso buscar el poder? ¿Cuántas veces hacemos lo mismo? Pero Jesús les responde: "el que quiera ser el primero que sea el último, porque yo no vine a ser servido sino a servir". ¡Qué lección tan maravillosa!
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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