04 agosto, 2014

De vez en cuando es necesario

Evangelio según San Mateo 14,22-36.
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret.
Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
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¡Qué fácil es caminar sobre las aguas cuando no hay tempestad! pero qué difícil es hacerlo cuando el viento sopla en contra.
En las buenas y abundantes es más sencillo creer en Dios y sentirlo cerca. En los momentos de gozo y de alegría es fácil decir que se vive en la presencia del Señor, pero en los momentos más complicados y dolorosos es más difícil ver y sentir a Dios, no porque el Señor no esté, sino porque somos buenos para dudar.
Esto mismo le pasó a Pedro. Mientras sentía el gozo de ver al Señor y lo veía caminar sobre el lago y todo parecía tan fácil, pudo caminar también sobre las aguas. Pero cuando sintió el viento en contra que lo mecía de un lado para el otro, se empezó a hundir y gritó: "Señor, sálvame".
Ahora bien, no todo es crítica a Pedro, también hay algo muy bueno que rescatar: si Pedro no dudara y no se empezara a hundir, no habría acudido al Señor para que lo salvara. ¿Qué tal que no se hubiera hundido? tal vez habría empezado a pensar que caminaba sobre las aguas por sus propias fuerzas, y esto sí que sería ahogarse de verdad. Por eso, como decían tantos santos: las caídas hay que evitarlas aunque sean inevitables.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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