Sí, dijo María. Es el Sí de la vida, el Sí de la fecundidad, el Sí que nos trajo la redención —porque con él llegó el redentor—. El Sí más fecundo de toda la historia de la humanidad. El Sí más significativo, más especial, más rico y más productivo. El Sí de María fue total, fue definitivo, fue para siempre.
El Fiat de María no se acabó con el sonido de su boca, sino que siguió perennemente porque fue palabra. No palabra de Dios, sino palabra inspirada por Dios. El Sí de María fue perpetuo y hoy, al igual que en la anunciación, está tan vivo como el fruto que produjo (Jesús).
El Sí de María pervive en la Iglesia, la cual ha dicho Sí al Señor. El Sí de María pervive en sus hijos, en sus devotos, en los que se consideran hermanos de Jesús —porque se hacen a sí mismos hijos de esta Madre—.
¿Cómo imitar el Sí de María? Viviendo como Ella, haciendo lo que hizo Ella, siendo otros Ella. El mejor camino para perpetuar este Fiat Mariano en nosotros es la Consagración a Nuestra Señora. Si nos entregamos a Ella seremos irresistibles al Espíritu Santo, porque Él verá en nosotros a su divina esposa. Si nos consagramos a Ella la imitaremos, el Espíritu Santo nos auxiliará, el Padre verá en nosotros a su Hija y el Hijo verá en nosotros a su Madre.
Decir Sí al Señor sólo se puede hacer de una manera perfecta cuando estamos con María, porque nuestro pobre sí será unido a su Sí y así agradaremos más perfectamente a Jesucristo.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
Gabriel López
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