17 marzo, 2010

Lectio Divina. Marzo 17 de 2010. Jn 5, 17

Jesús hace una completa comparación de la figura del padre con el hijo. Muestra cómo la formación del hijo depende del padre y cómo todo lo que el padre hace lo retoma el hijo. Ahora bien, en términos de la Santísima Trinidad, vemos cómo el Hijo y el Padre están unidos perfectamente en sus voluntades. Lo que hace el Padre lo hace el Hijo, lo que el Padre desea lo desea también el Hijo.

Nuestra santificación está precisamente allí, en la unión de nuestra voluntad con la de Dios. En la medida que nuestra voluntad se una a la de Dios estaremos imitando a Jesús. En la medida que busquemos aprender, seguir, escuchar, amar e imitar al Padre estaremos imitando no sólo a Jesús sino también a María.

"El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre" dice Jesús. Para llegar al Padre debemos honrar a Jesús, pero no de la manera como honramos a quienes debemos, sino teniendo presente que Jesús es Dios. ¿Cómo sabemos que es Dios? Pues porque el mismo evangelio lo dice: "Jesús se hacía a sí mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre".

¿Está mi voluntad unida a la de Dios? ¿Busco hacer la voluntad de Dios antes que la mía? ¿Las "migajas" de mi vida son para Dios o para mí?

Jesús, ¡qué débil es nuestra voluntad!, ¡qué apartados estamos de tus quereres! ¿Cómo acercarnos más a ti? Ya sé, con María. Si somos fieles a nuestra consagración a Ella, si entregamos cada día nuestra voluntad a nuestra Madre, fácilmente haremos tu voluntad, porque María custodiará nuestros pensamientos, deseos y acciones.

Por medio de María y nuestra consagración a Ella podremos asemejarnos a ti, Jesús, porque "el que no honra a la Madre tampoco honra al Hijo".

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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