Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".
Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
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Cuando nosotros pensamos en tentación, generalmente pensamos en faltas contra la castidad. Pareciera ser que la tentación se ha reducido a la impureza, al sexo o a pecados de este tipo. Pero cuando pensamos en la ira, en la pereza, en la gula o en la soberbia, no las relacionamos con tentaciones sino con imperfecciones.
Es interesante ver que las tentaciones de Jesús no fueron en la carne, es decir, de impureza, sino tentaciones que podríamos definir como "pan de cada día". Jesús fue tentado en tres ocasiones que resumen perfectamente la concupiscencia del hombre: la de la carne, la de los ojos y la soberbia, que entendemos más fácil cuando hablamos de la tentación al poder, al placer y al tener.
La primera de las tentaciones fue la del placer. Jesús fue tentado a convertir en panes las piedras para que pudiera saciar su hambre. Pero podríamos preguntarnos ¿qué tenía de malo si hubiera comido? Absolutamente nada. No habría maldad alguna en satisfacer una necesidad fundamental. Pero ¿por qué Jesús no comió? porque la tentación del Diablo no fue que comiera, sino que convirtiera esas piedras en pan, es decir, que manifestara su poder divino de una manera desordenada, en beneficio propio.
Esta primera tentación del Diablo busca desviar a Jesús de su misión. Buscaba acabar en lo profundo del corazón de Jesús para llenarlo de soberbia y de prepotencia. Buscaba hacer que Jesús usara de su poder en beneficio propio y se fuera olvidando de los demás.
En la segunda tentación, el Diablo busca nuevamente desviar a Jesús de su misión. Él quiere que el Señor busque el Reino de este mundo y no el Reinado que el Padre quería. En esta tentación el Diablo es más astuto porque le ofrece a Jesús lo mismo que Él estaba buscando, Reinar. Pero la diferencia es que este reinado de la tentación es un reinado al estilo humano, lleno de soberbia, arrogante, manifestado en el poder. Este reinado es un reinado mundano, fácil, pecaminoso, lleno de lujos y de poder y de orgullo. En cambio el Reino de los Cielos que Jesús vino a instaurar es un reinado sencillo, de caridad, de pureza, invisible a los ojos. Es interesante que el Diablo sea tan astuto de ofrecer lo mismo que Jesús quiere pero por el camino equivocado.
En la tercera tentación el Diablo cambia de táctica y busca que Jesús reconozca lo que es y se manifieste como Dios. Pero ¿qué buscaba con esto? buscaba que Jesús dejara de ser hombre... pero ¿por qué?
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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