Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:
"Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará".
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
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En este evangelio Jesús anuncia solemnemente su pasión, muerte y resurrección y los discípulos están pensando en "cómo partir la torta" del reino. Ellos pensaban (o por lo menos nos hacen pensar que pensaban) en un reino material en el cual se dominaría a los extranjeros y se recuperaría el esplendor de Israel. Un reino regido por el poder, honor y riquezas. Un reino en el que los apóstoles tendrían grandes puestos de gobierno.
Jesús anunció que sería capturado y eso no les importó a los discípulos.
Jesús anunció que sería condenado al muerte y eso no conmovió a los que le seguían.
Jesús anunció que sería maltratado, azotado y crucificado y eso no le interesó a nadie.
Jesús anunció que resucitaría al tercer día y ninguno se preguntó qué significaba eso.
En definitiva, Jesús revela todo su plan salvífico para redimir a los hombres y arrancarlos del pecado y devolverles la Patria Celestial... y los discípulos están pensando en puestos de honor en Israel.
Pero ¿no somos iguales que los discípulos? cuando estamos en la Eucaristía donde se anuncia la Palabra de Dios, es decir, Dios nos habla directamente, y donde se actualiza la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y dónde podemos comernos al mismo Dios en la Comunión... ¿no pensamos en otras cosas y dejamos a un lado las únicas palabras que nos dan la verdadera vida?
Tenemos al alcance de nuestras manos el comer el Cuerpo y beber la Sangre de Cristo que dan la vida eterna y preferimos beber del agua pútrida y fétida de este mundo que sólo enferma el espíritu y nos arranca de la eternidad... somos como el gatito de la foto...
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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