Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.
Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.
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¿Por qué Jesús envió a sus discípulos sin nada? ¿Qué tiene que ver el bastón, la alforja, el pan, el dinero o la túnica? Dios quiere que aprendamos a confiar en Él, aunque todos estamos constantemente confiando en nosotros mismos o en nuestras seguridades, pero ¿confiamos en Dios?
Nuestras seguridades están en las cosas de este mundo, y eso tiene algo de bueno, pero casi nunca nuestra seguridad está puesta en Dios. ¿Será que nosotros confiamos verdaderamente en Nuestro Señor? ¿Será que nuestro corazón descansa en Dios y en Él tiene toda su esperanza? ¿O somos nosotros mismos los que nos damos seguridad, y son las cosas temporales las que nos dan la confianza para estar bien?
Es de admirar el testimonio de tantos santos que se abandonaron completamente a Dios y vivieron este evangelio: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno". ¿Quién pudiera tener la valentía de un San Francisco de Asís o de un Charles de Foucault? Simplemente con pensar en ellos alcanzo a imaginarme cuán felices debieron de haber sido al no tener nada más que a Dios. ¡Cuán pobres eran de las cosas de este mundo, pero cuan ricos eran de los bienes celestiales!
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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