Los judíos discutían entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer carne?»
Jesús les dijo: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre.
Así habló Jesús en Cafarnaúm enseñando en la sinagoga.
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El Cuerpo y la Sangre de Cristo nos dan la vida eterna. Quien coma de su Cuerpo y beba de su Sangre no morirá jamás. Pero no se trata de comer por comer ni de beber por beber, sino que al comer nos hagamos uno con Él en la voluntad y en la caridad por la unión de su Cuerpo Eucarístico con nuestro cuerpo portal y por la unión de nuestra voluntad a su Voluntad, es decir, que vivamos verdaderamente a Cristo en nuestras vidas y seamos como Él.
La Eucaristía es definida por San Ignacio de Antioquía como "fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte", y quien se alimente de ella tendrá la vida eterna.
Gracias Señor por quedarte en el Santísimo Sacramento del Altar y por regalártenos todos los días.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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