Jesús, pues, resucitó en la madrugada del primer día de la semana. Se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.
Ella fue a anunciárselo a los que habían sido compañeros de Jesús y que estaban tristes y lo lloraban.
Pero al oírle decir que vivía y que lo había visto, no le creyeron.
Después Jesús se apareció, bajo otro aspecto, a dos de ellos que se dirigían a un pueblito.
Volvieron a contárselo a los demás, pero tampoco les creyeron.
Por último se apareció a los once discípulos mientras comían, y los reprendió por su falta de fe y por su dureza para creer a los que lo habían visto resucitado.
Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación.
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Siempre me ha parecido muy significativo y hasta hermoso el hecho de que Jesús se le apareció primero a las mujeres y no a los más cercanos. Jesús no se le apareció a toda la ciudad de Jerusalén ni a los romanos ni a los sacerdotes judíos. Jesús no se le apareció a Pilato ni a Anás ni a los Fariseos, y esa es precisamente una de las razones por las que podemos creer en Jesús como Dios, porque actúa como tal y no como los hombres. ¿Quién de nosotros, después de resucitar, no se le hubiera aparecido primero a sus enemigos? ¿Quien de nosotros no se hubiera aparecido primero a los que lo insultaron, escupieron o tentaron con sus burlas? ¿Quién de nosotros no se le hubiera aparecido a todo el pueblo de Jerusalén?
Sin embargo Jesús se le apareció primero a las que menos credibilidad tenían: las mujeres. Se le apareció primero a los discípulos menos importantes: los discípulos de Emaús. Después se le apareció a los discípulos y finalmente a todo el pueblo. Pero ¿por qué?
Una vez más repito algo que escuché a un sacerdote y me ha gustado muchísimo. La principal prueba de que Jesús es Dios no es que hacía milagros y prodigios, sino que actuaba como tal y no como un simple hombre.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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