Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escuchado al Padre y ha recibido su enseñanza.
Pues por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.
En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.Yo soy el pan de vida. Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron: aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.»
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¿Quién de nosotros no ha escuchado una historia de caballeros que buscaban grandes tesoros para no morir nunca o para curar cualquier enfermedad? Esta búsqueda de poder y de vida eterna siempre ha estado presente en el hombre. La idea de la muerte nos aterra y pensamos que nosotros podremos escapar de sus garras. Nadie quiere morir, todos queremos la salud, todos buscamos prolongar nuestra vida. La idea de que hoy estamos y mañana no, nos quita el sueño y nos estremece las entrañas. Si existiera la posibilidad de encontrar un fruto o un objeto que nos garantizara la inmortalidad seguramente la mayoría de nosotros estaría dispuesto a trabajar muchísimos años con tal de encontrarla o usarla. Ningún sacrificio, por grande o costoso que fuera, sería impedimento para alcanzar esa meta. Nada en el mundo podría detenernos en la búsqueda de la inmortalidad. Pero ¿por qué no hacemos lo mismo con la Eucaristía, verdadero fármaco de inmortalidad y de vida eterna? La carne de Cristo es el Pan vivo bajado del cielo. Quien como de su carne y bebe de su sangre no morirá jamás.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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