Evangelio según San Marcos 8,11-13.
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo".
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.
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Jesús pasó su vida haciendo el bien, orando al Padre, sanando, predicando, resucitando. Fueron muchísimos los que comieron en la multiplicación de los panes y los que vieron a levantarse de la muerte a muchos hombres por obra de Jesús.
Los Fariseos eran los primeros en enterarse de estas cosas por boca de los demás, incluso muchos de ellos también presenciaron directamente estos prodigios del Señor.
Sin embargo, no era suficiente con ver lo que Jesús hacía y más sorprendentemente aún lo que Jesús no hacía. Porque el Señor se comporta como Dios y no como un hombre. Jesús, siendo Dios, actúa como Dios, y no se llena de soberbia, no pasa la colecta, no se llena de orgullo y abusa de su condición y poder, sino que ama profundamente y alivia los corazones afligidos.
Jesús no podía darle más signos a los Fariseos de los que les había dado, porque ¿qué le faltaba por hacer? ya había amado y servido hasta el extremo.
Los Fariseos no podían ver claro porque no querían ver claro y no hay peor ciego que el que se tampa los ojos con la mano. Así pues, Jesús dijo a estos sujetos: "no se les dará ningún signo".
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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