Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea.
Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!".
Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.
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La multitud que seguía a Jesús era mucha. Prácticamente iban a verlo de todo el país. Judea y Jerusalén al sur; Idumea muchísimo más abajo, Transjordania al oriente y Tiro y Sidón al norte. ¿De dónde salía tal multitud? todos querían verlo, todos querían tocarlo, todos querían hablar con Él, pero ¿por qué? ¿qué buscaban?
Algunos podrán decir que buscaban salud. Otros, paz; otros, novedad; otros, al salvador de Israel; otros, al Salvador de Israel. Pero ¿qué decía Jesús? ¿Acaso decía: "No, no me sigan, porque Uds están buscando consuelos humanos, Uds están buscando comida, Uds están buscando salud"? No, Jesús les hablaba. Jesús los escuchaba y Jesús los sanaba ¿Por qué? porque el anuncio del Evangelio nace desde el corazón y no desde la razón. Porque el anuncio del Evangelio se hace por auténtica caridad y no a partir de razonamientos teológicos. Porque Jesús conocía los corazones y lo único que quería era amarnos...
¡Qué corazón tan grande el de Jesús! siempre mirándonos con compasión. ¡Qué corazón tan grande el de Jesús... todos cabemos en él!
¿Y de dónde sacó ese corazón? Pues, ¿Quién le enseñó a amar al Amor? la Inmaculada. Entonces, ¡qué grande es el corazón de María!
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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