Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres:
lo matarán y al tercer día resucitará". Y ellos quedaron muy apenados.
Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: "¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?".
"Sí, lo paga", respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?".
Y como Pedro respondió: "De los extraños", Jesús le dijo: "Eso quiere decir que los hijos están exentos.
Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti".
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Me llama la atención en este evangelio la forma cómo Jesús les anuncia a sus discípulos "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará". La verdead es que Jesús les dio dos noticias, una mala y otra buena. La mala es que lo iban a matar y la buena es que iba a resucitar. Pero ¿cuál fue la respuesta de los discípulos? "ellos quedaron muy apenados". ¿Por qué se quedaron con la noticia mala y despreciaron la buena? ¿Por qué se quedaron en la muerte y no pensaron en la resurrección?
Creo que nosotros actuamos igual. Cuando un ser querido muere, ¿nos alegramos por la resurrección o nos entristecemos por la muerte? Es muy difícil escuchar a alguien que se alegre por la muerte de un pariente porque se ve la muerte como algo horrible, y no como el paso a la verdadera vida.
Ya estoy empezando a pensar que nosotros no creemos en la resurrección... sino que nos quedamos en la muerte.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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