Evangelio según San Lucas 11,42-46.
Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!".
Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: "Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros".
El le respondió: "¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!
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El corazón del hombre es demasiado delicado. Fácilmente se infecta del virus de la soberbia. Aún no existe la vacuna que lo prevenga, y ante el ataque inminente de la enfermedad recibe graves daños en tiempos demasiado cortos. La soberbia invade el corazón del hombre y empieza por detener su capacidad de amar. El corazón se vuelve amargo y pierde toda su dulzura. Como efecto secundario aparece la ironía y el sarcasmo y poco a poco se van infectando los demás miembros del cuerpo.
Con la infección de la soberbia en el corazón se afecta también la lengua que empieza a disparar dardos encendidos a diestra y siniestra. La lengua se envenena y todas las palabras salen infectadas y portan el virus.
Acto seguido el corazón se endurece cada vez más y pierde completamente la capacidad de amar. La sangre se vuelve verde y todo el ser se ve entumecido por la dureza del corazón. De ahí que se les llame "cabeza dura" a los que están enfermos de soberbia, porque ya su razón también se infectó por aquella dureza.
A esos infectados por el virus es a los que les habla el Señor hoy en este evangelio. ¿Acaso pensaste que era sólo para los fariseos?
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
16 octubre, 2013
El virus de la soberbia
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