¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza.
Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.
El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió".
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Hace algunos años aprendí que ante los hechos no hay argumentos, es decir, ante las evidencias palpables no hay argumentos que tengan más valor.
Por ejemplo, ¿qué puede hacer un médico frente a un milagro? ¿qué puede hacer todo su conocimiento ante una curación inminente e inexplicable? Ante los hechos no hay argumentos.
Así mismo pasa con el Reino de los Cielos. Jesús demostró con hechos todo lo que predicaba, y ante los argumentos de los fariseos y demás no había nada que hacer, porque sus obras decían la verdad y superaban los razonamientos. Por eso escuchar a Jesús no es oír los sonido que emitió con su vos, sino dejar que las palabras que salieron de su boca y quedaron grabadas en el Evangelio a través de sus páginas lleguen a nuestro corazón y nos transformen. Es escuchar a los que lo escucharon y nos hablan de lo que oyeron, es escuchar a la Iglesia, prolongación de Cristo en el tiempo. Y por eso, quien rechaza a los discípulos rechaza a Cristo. Y quien a los discípulos oye a Jesús oye.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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