Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
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La vida es ajena a nosotros. Nosotros estamos vivos, mas no somos la vida. En cualquier momento podríamos dejar de vivir; bastaría un golpe, un tropiezo, una enfermedad o cualquier cosa para que nuestra llama se apague.
La vida es algo que se tiene pero que no se posee definitivamente, porque no nos pertenece. La vida viene de Dios y es Él quien la da. Pero hay una vida eterna que Dios nos quiere dar. El Señor quiere entregarnos la vida misma, quiere que la poseamos definitivamente. Vaya regalo, que no se puede comparar con ninguna otra cosa. ¿Qué puede haber más grande que la vida? La vida es el don mayor, y nada tendría valor sin ella. ¿De qué serviría todo si no se tuviera vida? de nada. Entonces, tener al alcance la vida eterna es lo más grande a lo que podemos aspirar. ¿Y cómo obtenemos la vida eterna? en la Eucaristía. Bendita Eucaristía... si tan sólo entendiéramos un poquito lo que es comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor...
Qué bueno poder gastar y desgastar mis rodillas frente al Sagrario.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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