El amor que ya no es amado (como lo decía constantemente S. francisco de asis) nos pide en esta semana que nos preparemos en oración, penitencia y ayuno para recoger cincuenta días después en pentecostes los frutos de esta semana santa; Jesús nos pide que renunciemos como el, al mundo, al demonio y a la carne, para reparar el daño que hace hoy el mundo a su corazón eucarístico. Este tiempo litúrgico nos asemeja a unos cristos en la tierra cooperando con el ofrecimiento diario de nuestros pequeños sacrificios.
"Viviré Señor como un cristo lacerado, coronado de espinas y crucificado, si es tu voluntad" y como la santísima virgen María llorare en el silencio de mi corazón, ofreciendo cada lagrima como expiación de mis pecados y los del mundo entero.
Todo por la inmaculada, nada sin ella.
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