04 enero, 2012

El llamado

Evangelio según San Juan 1,35-42.
Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios".
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?".
"Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro.
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El llamado de Jesús, pienso yo, no es de golpe. No me imagino a Jesús "apareciéndosele" a algún tipo diciéndoles: sígueme. ¿Por qué? porque ese "tipo" seguramente no lo conocería y no lo seguiría.
Más bien me imagino a un Jesús que se da a conocer poco a poco. A algunos con mayor velocidad que a otros, según cada quien. Un Jesús que "suena" y que seduce con sus palabras, miradas, incluso "con los chismes" que todos cuentan de Él (que hace milagros; que predica como ninguno otro; que es pobre; que tiene una mirada profunda y unas palabras muy sabias, etc.).
Por lo menos este es el caso de Andrés, del otro discípulo de Juan y también de Pedro. Juan el Bautista fue el que le "armó la fama" a Jesús diciendo: "Este es el Cordero de Dios". Un buen Judío sabía bien qué significaban esas palabras, por lo tanto, corrieron a buscar a Jesús y Jesús los llamó. Así mismo, Pedro, se dejó contagiar de aquellos hombres y siendo un hombre sincero reconoció en Jesús a un Maestro, a un hombre de Dios, y también lo quiso seguir.
Supongo que Mateo, Bartolomé, Juan y Santiago y los demás discípulos habían escuchado hablar de Jesús o lo habían visto y cuando los llamó su corazón no pudo resistir ese llamado y lo siguieron.
Así fue María, también. Puesto que su Fiat no salió de la nada, sino de las profundidades del alma de Nuestra Señora, que habían conocido a Dios por medio de la meditación y de la oración. Y cuando el Ángel le anunció, su alma simplemente respondió a los designios misteriosos del amor oculto en las profundidades de su corazón virginal.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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