Sábado, 24 de diciembre de 2011. Lc 1, 67-79
La Virgen María, Mujer llena del Espíritu Santo, llena de Gracia canta: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles…”; Isabel llena del Espíritu Santo exclama: “bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”; y Zacarías lleno del Santo Espíritu dice: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo… realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres… por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto…”
¿Qué hay en común? En primer lugar es el mismo Espíritu el que les mueve, el Espíritu de Dios, pero hay algo que hay que destacar y es que las palabras de Isabel y Zacarías se producen luego de tener un profundo encuentro con Jesús en María, con María que les visita y en su vientre trae al divino niño, con la Madre de Dios, que a su vez es Hija del Padre y Esposa del Santo Espíritu.
Tener intimidad con María es dejarse conducir por el Espíritu Santo, es recibir el Amor, y cuando se tiene al Infinito, es imposible no cantar las alabanzas, es imposible no reconocer su misericordia, es imposible callar, es imposible no bendecir al Señor, Ella misma nos lo enseña, Ella lo hace en nosotros. Un Cristiano que no alabe a Dios, es un cristiano mutilado en el espíritu, es estar ciego, es estar huérfano, es un cristiano sin proyección, es un cristiano que no está motivado por el Sol que nace de lo Alto y que sigue visitando a su pueblo, que nos visita hoy, en este día, que viene a dar luz a nuestra alma impregnada de la tiniebla del pecado. ¡Viene la Luz para mi vida y tu vida, viene la Vida de mi vida y quiere hacerlo a través de María! ¡Bendito sea el Señor!
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