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Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.
Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.
Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar.
Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.
Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
¡El que tenga oídos, que oiga!".
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La tierra buena es la tierra profunda, húmeda, oxigenada y con los nutrientes necesarios. Además, es fundamental la presencia de microorganismos, lombrices, insectos y bacterias benéficas. Una tierra buena no es fácil de conseguir ni de preparar. Pero una vez obtenida no hay vegetación que se le resista porque todas las plantas quieren nacer en ella.
Un cristiano bueno, al igual que la tierra, necesita de varias condiciones para "estar a punto". No puede ser un cristiano seco, árido. Debe tener en sí mismo la dosis correcta de llanto para humedecerse. Este llanto garantiza que sus pecados pasados no serán olvidados y los futuros no serán cometidos.
Así mismo, un cristiano bueno debe estar oxigenado constantemente por la oración. Es el Soplo de Dios, Espíritu Santo, el que debe remover constantemente las entrañas para ventilar toda su vida y llenarlo de vida. Un cristiano sin Espíritu Santo no es un cristiano, así como un mar sin agua no es un mar.
Los nutrientes necesarios para ser un buen cristiano son: La caridad manifestada por la práctica de las obras de misericordia; los sacramentos, la devoción a la Santísima Virgen, la fidelidad al Magisterio.
Finalmente, los microorganismos, bacterias y lombrices son los pequeños tropiezos de la vida diaria. Si un cristiano no los tuviera se volvería ácido por la soberbia y el orgullo y se echaría a perder. Si no estuvieran presentes las faltas cotidianas el cristiano dejaría de producir humus (de humildad) y sería inútil para sembrar la Palabra de Dios. Es por eso que podemos decir con San Francisco de Sales, debemos aprender el arte de aprovechar nuestras faltas...
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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