06 febrero, 2011

Domingo, 06 de febrero de 2011. Mt 5, 13-16

En el caso de la sal, esta puede perder su propiedad, la de salar, es decir, pierde su gracia; en el caso de la luz, esta conserva su propiedad, la de iluminar, pero es impedida, es obstaculizada y no logra el fin, que es iluminar.

Los Cristianos somos la sal de la tierra y la luz del mundo y podemos dejar de serlo al salir del estado de gracia de Dios (volernos sosos) o cuando no reconocemos el lugar donde estamos, el compromiso que tenemos ante la humanidad, por lo tanto debemos ser cuidadosos de conservar o en su defecto, recuperar la gracia santificante dada por nuestro Dios Misericordioso y también debemos reconocer que en nuestras buenas obras y en el trabajo de virtud no solo tenemos como fin agradar a Dios, sino que consecuencia de ello, debe ser hacer su voluntad, es decir, Amar y las obras buenas deben, por disposición divina, ser testimonio para el hermano, debe antojar a todos el ser hijos de Dios.

¿Por qué me encendiste Dios mío? ¿Por qué me has buscado? ¿En dónde me has puesto? Definitivamente por medio de María, descubro que me amas y has encendido en mi corazón el deseo, la llama de amarte, y me has puesto en LAM, en la universidad, en una familia, allí me pides que alumbre, pero la luz que tengo, eres Tu quien me la ha dado, es tu gracia, por eso te imploro, por mi Madre que sea tu luz la que vean, que sea capaz de trasmitirla y que los que me rodean perfectamente perciban que es tu obra y no la mía. Dame la perseverancia final. Amén.

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