15 febrero, 2011

Martes 15 de febrero de 2011

Mc 8, 14-21

Los disípulos se olvidaron de los prodigios que el Señor había hecho con la multiplicación de los panes. Qué curioso que se les olvide precisamente cuando se veían comprometidos sus intereses, es decir, cuando lo que se veía amenazado era su estómago. Qué fácil era para ellos creer en la multiplicación de los panes para los demás, pero cuando se trataba de su almuerzo se ponían a discutir por no haber llevado suficiente pan para todos.

Creo que esto pasa también con la fe. Siempre tenemos fe para las cosas que no se tratan de nosotros. Nuestra fe es grande si se trata de las cuestiones ajenas, nuestras palabras son sabias cuando las situaciones no nos afectan a nosotros. En cambio, cuando es nuestro problema, la fe no es suficiente. El panorama es sombrío, todo se olvida, nada es claro, “Dios nos abandona”.

La fe también requiere sinceridad. Es decir, recta intención. Debemos tener fe para lo que nos conviene y para “lo que no nos conviene”. Debemos tener fe en las buenas y en las malas, en nuestra vida y en la de otros y no solamente creer cuando es más práctico.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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