Viernes, 03 de junio de 2011. Jn 16, 20-23a
San Agustín, in Ioannem, tract., 101. Y sin embargo, en este gozo del parto no estamos tristes sino, según el Apóstol (Rm 12,12), con frecuencia alegres, porque esa misma mujer con quien somos comparados, se alegra más por la futura prole que lo que se entristece por el presente dolor.
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La alegría es más grande que la tristeza, por eso el Señor aclara que esa alegría no nos la quitaran, es una alegría eterna, que permanece, porque el Amor de Dios permanece, se mantiene.
El dolor cuando se va a dar a luz es necesario porque mueve a la mujer a pujar, a desear que el niño nazca, mueve a la mujer a colaborar, ella toma un papel activo. Nosotros estamos llamados a participar con nuestra pequeña colaboración unida a María para que nazcan muchas almas, para que con nuestros sacrificios diarios, con nuestro esfuerzo por la vida de virtud, alcancemos la alegría de vivir conforme al Evangelio, la alegría de tener a Cristo dentro de nosotros y verlo naciendo en muchos corazones.
Cuando nace el niño, la mujer ya no se hace preguntas como ¿a quién se parecerá? ¿Cómo será? ¡No! Ya no son necesarias, en la contemplación de su hijo descubre cómo es, el color de los ojos, la dimensión de su nariz… nosotros en la contemplación de Cristo, Él se nos muestra como es, el Espíritu Santo nos dirige en la Divina Voluntad, ya no se le ve lejano sino cercano, y en el cielo le contemplaremos tal como es, pero desde ya podemos verle, podemos participar en la unidad de su corazón, donde se esconde todo lo que necesitamos saber.
María, Mujer del Silencio y la contemplación, en vida íntima contigo quiero vivir en las alegrías del Cielo, contemplando y viviendo a Cristo, siendo un solo corazón y una sola alma, viviendo en el Amor, sacrificando todo por obtenerle y poseerle eternamente.
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