24 marzo, 2014

Si Dios fuera Zeus... ¡todo sería tan cómodo!

Evangelio según San Lucas 4,24-30.
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
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Nadie es profeta en su propia tierra porque siempre lo que viene de lejos es más fácil de creer. Las noticias, las personas, las doctrinas ajenas, novedosas, siempre son más apetecibles por todos nosotros. Pero pretender que ese niño que vimos crecer, hijo del carpintero, hijo de María, es Dios, es muy difícil. Pensar que Dios se haya hecho hombre no es fácil de asimilar, y entre otras cosas, no es muy cómodo.
Creer que Dios es alguien cercano, familiar, que ha estado con nosotros toda la vida, y estará con nosotros hasta el final, es difícil de creer.
A veces sería más fácil creer en un Dios que vive en el Olimpo, lejos de nosotros, desentendido de nosotros, demasiado ocupado en sus asuntos divinos como para pensar en nosotros. Si fuera así, sería más fácil todo, porque Dios no se meterían en nuestros cosas.
Pero la realidad es otra. Dios es cercano y familiar. Se hizo uno de nosotros para que nosotros nos hagamos uno con Él. Dios no está en el Olimpo, está en todas partes, pero de manera especial en el que sufre, en el enfermo, en el hermano, en el otro. Eso tiene una implicación moral muy grande: ESTAMOS OBLIGADOS a amar al otro porque es imagen y semejanza de Dios, porque es Dios quien lo creó y lo ama y porque así nos lo ha mandado. Sería más fácil que Dios fuera Zeus y no tuviéramos que amar a nuestro prójimo, pero la verdad es que Zeus no existe y es La Santísima Trinidad la que, por amor, nos ha creado y quiere que por amor nos salvemos y nos lo ha revelado todo en Jesús Dios-Hombre.

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