14 abril, 2014

La fragancia que agrada a Dios

Evangelio según San Juan 12,1-11.
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
"¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?".
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre".
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
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La respuesta de Jesús sobre la unción que le hizo María es desconcertante. En vez de escuchar de Nuestro Señor la expresión: "ayudemos a los pobres con el dinero del perfume" nos encontramos con "déjala... a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Es desconcertante porque es fuera de lo común en Jesús. Es desconcertante porque fueron dos ocasiones en las que Jesús fue ungido por mujeres, esta vez con nardo, la otra con lágrimas. Es desconcertante porque pareciera que el Señor disfrutara mucho que lo hicieran.
Pero ¿qué significa todo esto? Supongo que el Señor está aceptando humildemente las alabanzas de estas mujeres y la proclamación de su reinado y dignidad por medio de estas unciones. Supongo también que estas unciones significan que a Dios le agradan las alabanzas sinceras que brotan del corazón (como las lágrimas de María) y la alabanza sincera que es capaz de sacrificar un perfume valiosísimo que para una mujer representa demasiado.
Quizá el nardo que María derramó en los pies de Jesús significa el don total de la mujer. Una mujer tiene la necesidad de sentirse hermosa y amada, y por eso las fragancias son tan importantes para ellas, porque significan la belleza que se trasmite por el aire y que entra por el sentido del olfato. Una mujer no sólo quiere verse bien, sino que quiere oler bien, hablar bien, y acariciar mucho para trasmitir por el tacto todo su amor. Así pues, Jesús acepta con agrado la fragancia de nardo puro, y con él, la renuncia de esta mujer a oler delicioso para servir al Señor. Jesús acepta con agrado este grandísimo sacrificio de María, su amiga, y con él acepta la verdadera fragancia que hace a una mujer hermosa: sus virtudes.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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