Miércoles 19 de enero de 2010.

Evangelio según San Marcos 3,1-6.
Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada.
Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante".
Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.

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Jesús lanzó una mirada llena de indignación y pena a los fariseos por la dureza de su corazón. En otras palabras, Jesús pensó: “pobres hombres que traicionan la verdad y callan sus conciencias porque saben cuál es la respuesta correcta pero no la dicen porque no les conviene”. Del mismo modo, el pecador atenta contra la verdad, contra la conciencia y hace lo que sabe que está mal.

¡Qué dura es la conciencia! Martillea constantemente con su autoridad a las personas y no las deja en paz. Gracias Señor por esa compañera implacable.

Los consuelos de Dios

Jesús se encontraba a diario con desconsuelos: corazones duros, tristeza, mentira, desprecio, etc. Pero en su caminar encontraba también consuelos: respuesta, afecto, sinceridad, ganas de amar. Pero, de entre los consuelos, había uno especialísimo que lo animaba constantemente: María, consuelo de Dios. La Inmaculada habitaba en el corazón de Jesús de un modo especialísimo, de la misma forma que Jesús habitaba en el de Ella.

La Inmaculada estaba siempre endulzando los pensamientos y sentimientos de Nuestro Señor. Estaba siempre animando a su Hijo a tener paciencia y conmiseración con nosotros.

Gracias Señor por esa madre santísima que nos regalas y que endulza nuestro caminar.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.