Jesús hizo de sus discípulos, compañeros, mientras subía a la montaña los iba llamando. Así mismo se nos demuestra el amor infinito de Dios que no quiere someter al hombre sino que lo quiere hacer su compañero, compartir la cotidianidad, hacerse semejante a Él, menos en el pecado. El Señor incluso nos quiere servir, nos quiere amar.
Los fue escogiendo y llamando por su nombre, y aunque nuestra memoria nos falle a nosotros, podemos asegurarnos que a Jesús no se le olvida nuestro nombre, y para dejar cumplir su Divina Voluntad, hay que necesariamente decirle si, y subir a la montaña que simboliza la oración, solo ahí en el dialogo con el Señor es que se reciben las gracias, virtudes y cualidades para servirle.
María, Madre del amor, enséñame a estar pronta a la voz de Dios, ayúdame a convencerme de que Él me ama y que me llama, que no hay otra alegría mas grande en el mundo que decirle sí y participar de su obra de misericordia hacia la humanidad. Amén
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