Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.
El don de Dios parece ser más fuerte que la entrega a Dios. Cuando uno le da algo a Dios, Dios suele darle algo a uno. Esto no es la teología retributiva de "te doy porque me das", sino la teología de la generosidad. Dios no se deja ganar en generosidad, y alguien que le haya dado algo a Dios puede dar testimonio de que fue Dios quien le dio más de lo que recibió.
Así mismo pasa con Jesús, que en nombre de todos se entrega al Padre en su totalidad. La generosidad de Jesús es tal, que no mira su propia vida sino que vive por nosotros y entrega su vida para que tengamos vida en Él. Y el Padre, que no se deja ganar en generosidad, nos da a cambio al Espíritu Santo para alcanzar la Salvación.
En otras palabras, el negocio fue el siguiente:
El Verbo se hace carne y habita entre nosotros.
El Verbo se entrega al Padre en su totalidad por nosotros.
El Padre recibe al Verbo como ofrenda.
El Padre y el Hijo nos dan al Espíritu Santo para que nos santifique.
Y nosotros le damos a la Trinidad... ¿qué le damos? un simple sí.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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