04 diciembre, 2011

Fiat

Domingo, 04 de diciembre de 2011. Mc 1, 1-8

Se cumple la profecía de Isaías, no solo porque Juan Bautista anunciaba la venida del Mesías, sino porque Dios le confirmaba, su gracia le acompañaba y las personas se convertían, se hacían bautizar, deseaban cambiar su vida; pero hay otro signo más: Juan se comportaba con humildad, sabía su lugar y siempre señalaba al Señor.

Juan seguramente aprendió de nuestra Madre Inmaculada, el saber las maravillas que Dios hace en él, el reconocer su pequeñez y el dirigir a Dios las almas con las que entraba en contacto.

Ahora bien, en nuestra vida ¿reconocemos nuestra pequeñez y limitación? ¿Anunciamos la conversión? ¿El cambio? ¿Señalamos a Cristo? Un verdadero signo de que somos siervos inútiles, que estamos correspondiendo con lo mínimo al Señor, que intentamos vivir con coherencia la consagración, es que reconocemos nuestra posición, es saber que no somos dignos de desatarle las sandalias, que no somos dignos de recibirle en la Eucaristía, que no somos dignos de anunciarle, pero que aun así lo queremos hacer simplemente por agradarle, porque Él así lo ha querido y no somos capaces de negarle algo más a Quien  no nos negó nada, a Cristo que se dio todo por nosotros, que aun así nos ha dejado con su Madre y con Ella no hay vuelta atrás, con Ella es imposible dar un no al Señor, con Ella lo único que sale como respuesta al Amor, es un Fiat, ¡Hágase!

“Todo por la Inmaculada, y nada sin Ella”

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