14 noviembre, 2012

El leproso

Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
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Los diez leprosos fueron curados, pero sólo uno, el que dio gracias, escuchó de Jesús "anda, tu fe te ha salvado". Al fin de cuentas ¿para qué sirve ser curado de una enfermedad si el alma no es arrancada de las miserias del pecado? ¿Para qué vivir sin lepra si el alma está desmembrada por el pecado?
Como decía el principito: "lo esencial es invisible a los ojos". Asi mísmo, la curación esencial fue la de este samaritano que recibió el perdón de sus pecados, mientras que los otros nueve sólo recibieron la curación de sus cuerpos.
¿Será que ya me acerqué hacia Jesús para que me arranque la lepra de mi corazón, o estoy contento porque mi cuerpo no tiene lepra y no me he fijado en la enfermedad de mi alma?
¿Soy como los nueve desagradecidos o como el extranjero que dio gracias?
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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