¡Wow! ¡Qué evangelio! ¡Qué forma de empezar la cuaresma!
En la limosna no solo hay que cuidarse de andar gritando con el fin de ser honrados, sino que también hay que ser cuidadosos con nosotros mismos “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”, es decir, hay que cuidarnos del deleite interno que produce la caridad, pues si todo el día pensamos en lo “bueno” que hacemos, nos llenamos de soberbia, de una autosuficiencia y egocentrismo que nos impiden ver el pecado, porque se calla la conciencia, se impide sentirse necesitado de Dios, además de estar mirándonos a nosotros cuando hay un Creador del que proviene todo, que en realidad es Perfecto y Santo, que es el Amor.
El ser humano por naturaleza busca la aprobación del otro, el niño busca el reconocimiento de la madre, de sus familiares, y lo que los demás le dicen, se lo empieza a creer, le aporta en la concepción de sí mismo; el Señor sabe nuestra inclinación al reconocimiento de otros, por eso empieza a ordenar, y nos invita a preguntarnos no cómo nos ven los demás sino cómo nos ve Dios, cómo nos ve el Padre que está en lo secreto, Quien nos puede dar una verdadera recompensa, no una recompensa efímera como la da el mundo, que un día te alaba y otro te critica, sino una recompensa eterna, porque el Señor ve el esfuerzo, ve el sacrificio, ve el deseo de encontrarse con Él, de buscarle en lo escondido, de propiciar momentos para orar en medio del acelere diario, y ¿Cuál es la recompensa? Pues su amor, poseerle, encontrarle, sentirle, estar eternamente a su lado.
Mi Señora, mi Reina, que mi deseo sea el tener el amor de Dios, que mi temor sea el apartarme de su lado y que todas mis acciones internas y externas estén ordenadas a mi fin, que es encontrarle, unirme eternamente a Él, cumpliendo su divino querer a través de tu corazón inmaculado. Amén.
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