La predicación de Juan era fuerte, allanaba el camino a Cristo, anunciaba el juicio, él pedía que hubiese verdadera conversión y ésta predicación la hacía con sinceridad, deseando que Jesús creciera mientras él disminuye, no hacía excepciones, era radical.
Nosotros necesitamos aprender de Juan, necesitamos el silencio del desierto para encontrarnos con Dios, necesitamos ser moderados, cuidándonos de los excesos en comida y en el vestido, y obviamente tenemos que hablar con la Verdad, hablar de Jesús, pues predicamos a Él, no a nosotros y en consecuencia, Dios bendecirá nuestro martirio con abundantes frutos y gracias.
Madre inmaculada, por tu presencia y saludo Juan quedó santificado, quedó lleno del Espíritu Santo, participó de tu escuela, hoy te imploramos madre querida, que nos ayudes a cuidar la recta intención en nuestro apostolado, que muramos a nosotros, renunciemos a nuestro querer, prediquemos todo y solo lo que Dios quiere que digamos. Mamá necesitamos la prudencia de San José y de la fuerza de Juan, ayúdanos a vivir en el Reino de la Divina Voluntad como verdaderos discípulos misioneros de Jesús, no de nosotros, no de nuestra vida, ni de nuestro querer. Amén
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