Sábado, 22 de octubre de 2011. Lc 13, 1-9
Algunos nos acercamos a Jesús a contarle cómo vemos el mundo, la crisis, la destrucción, quizás llegamos con la queja ante Él, a lo que podría respondernos que si no nos convertimos acabaremos igual, pereceremos. El mundo lo que necesita es un santo, necesita mi conversión verdadera.
La conversión es un proceso, no es algo estático, la conversión debe dar fruto, pues somos como aquella higuera con la que Dios ha tenido paciencia, y hoy necesitamos que venga la Virgen María a cavar en nuestro corazón, a abonarlo con la prueba, el dolor, el sufrimiento, pero sobre todo, con el reconocimiento de nuestra miseria, de nuestro estiércol, con el fin de glorificar a Dios y ver palpablemente sus dones, sus regalos gratuitos, pues nos ha capacitado para la misión, para dar fruto.
Mamá, yo ocupo un terreno, tanto material como espiritual, ocupo un espacio en la vida de mi familia, de mis amigos, de quienes están cercanos, ocupo un lugar en mi ciudad, en mi país, en el mundo, ocupo un lugar en tu corazón, no quiero que sea un lugar desaprovechado e infecundo, por el contrario, quiero cumplir la función, la misión, la voluntad de Dios en mi particular estado de vida, en mi condición, por eso mi Señora, necesito de ti, para no negarle nada al Amor, para vivir verdaderamente unida a tu corazón. Gracias mamá porque se que escuchas mi oración y me formas en tu escuelita, donde eres mi madre, maestra y soberana.
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