Martes, 11 de octubre de 2011. Lc 11, 37-41
Invitar a Jesús a comer a la casa no es pretender que Él nos apruebe todo, no es mirarle con actitud de juicio, es escucharle, es vivir con Él, es aceptarle, es creerle.
Cuando damos la oportunidad al Señor de que haga lo que quiera dentro, debemos estar dispuestos, debemos ser dóciles, debemos permitirle actuar, ¿doloroso? Quizás sí mientras vencemos resistencias y nos damos cuenta que su plan es perfecto, que es el fin para el cual fuimos creados; pero hay una posibilidad de que sea más fácil, rápido, perfecto y seguro… ¡con María!
Sí el interior está limpio, lo exterior relucirá, se notará en los ojos, se hará visible en las obras, se hará visible en el Amor. La clave de discernimiento si somos o no fariseos es cuánto amamos y cuanto tenemos a María, pues así nos damos cuenta que solos no podemos, que debemos consultarle todo a la Madre y que cuando se ama de veras no sirven las apariencias, porque se es perseverante, permanente, fiel incluso cuando la caridad implique sacrificio y quedar en lo oculto, pues se ama con el corazón, con el mismo corazón de Cristo.
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