En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado.
El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel".
Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios".
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
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Jesús sí que era un misionero. Se la pasaba predicando, anunciando, visitando enfermos y expulsando demonios. Jesús no tenía miedo a cansarse por predicar o estar todo el día en función de la gente. Jesús no se guardaba nada para sí mismo. Jesús no se preocupaba por lo que dijeran de Él o por lo que pensaran los demás.
Es lindo ver a un Jesús que se preocupa por todos y que no tiene ningún problema en que la gente lo siga a todas partes. Jesús no se guarda de que lo vean, de que lo critiquen, de que la gente lo vea como un milagrero y por eso acuda a Él. a Jesús no lo afectaba la fama y no perdía la cabeza por las alabanzas ni por las murmuraciones.
En definitiva, Jesús sabía muy bien lo que hacía, y por qué lo hacía. ¿Seré así yo?
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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