En aquel tiempo, Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: "Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado".
Pero él les respondió: "¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre,
cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo.
Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado".
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¿Qué mejor sacrificio que la misericordia? ¿Qué mejor esfuerzo que sonreír cuando no se quiere? ¿Qué tal abrazar más, besar más, acariciar más y golpear menos, juzgar menos, gritar menos?
El verdadero cilicio es el que se lleva en el corazón y no sobre la carne. Es aquel que hiere las pasiones egoístas y pecaminosas y que invita a vivir la caridad. El verdadero cilicio es el que nos hace mejores cristianos y nos mortifica el amor propio...
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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