31 mayo, 2013

María

Evangelio según San Lucas 1,39-56.
Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?
Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas.
¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!»
María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz.
El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia.
Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes.
Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre.
María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa.
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¡Qué linda es la imagen de María en los evangelios! Tan pura, tan simple, tan noble, tan sencilla. Su simplicidad cautiva. Sus palabras son oro puro y sus actitudes un manantial de vida. María estaba llena del Espíritu Santo y todas sus acciones eran verdaderamente divinas, puesto que el mismo Dios habítaba en su seno. 
María, tabernáculo viviente. Edén entre los hombres. Cuna perfectísima donde se gestó la salvación del mundo. Templo santo en el que Cristo se hizo Sacerdote. Fuente de vida para la humanidad entera.
Señor... haznos más devotos de María.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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