La vida diaria nos presenta un reto muy grande que consiste en vivir desde la fe, en creer plenamente en Cristo. El Evangelio nos ofrece una clave preciosa para dirigir nuestras acciones cotidianas, para convertirnos en apóstoles verdaderos de Cristo y obtener la vida. Si tenemos fe, si queremos que de verdad nos cure, debemos acercarnos confiadamente para que nos llene de su gracia; Jesús nos quiere devolver la salud, como al hijo del funcionario real, y quiere liberarnos de toda esclavitud y tristeza perdonándonos todas nuestras faltas. Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm, sino que obró el milagro. La vida diaria nos presenta un reto muy grande que consiste en vivir desde la fe, en creer plenamente en Cristo. El Evangelio nos ofrece una clave preciosa para dirigir nuestras acciones cotidianas, para convertirnos en apóstoles verdaderos de Cristo y obtener la vida. Por esto, cada vez que nos disponemos a recibirle en la Eucaristía le decimos una breve oración que nos hace más humildes, “Señor, no soy digno que entres a mi casa, pero sé que basta una palabra tuya para sanarme”.
La palabra de Cristo se convierte en transformadora cuando el hombre la acepta, se convierte, se pone en camino y así puede llegar a la vida. Vida que no sólo es física, sino vida espiritual y eterna. Cristo es la palabra por la cual la fuerza de Dios se manifiesta. Una Palabra en la que la vida, acciones y pensamientos están perfectamente unidos. Por ello los mayores apóstoles de todos los tiempos han sido, no los hombres buenos, sino los hombres santos; aquellos que hablaban “de Cristo” pero porque habían hablado primero “con Cristo”. Aquellos que habían hecho primero un encuentro profundo con la Palabra que cambió radicalmente su vida.
La palabra de Cristo se convierte en transformadora cuando el hombre la acepta, se convierte, se pone en camino y así puede llegar a la vida. Vida que no sólo es física, sino vida espiritual y eterna. Cristo es la palabra por la cual la fuerza de Dios se manifiesta. Una Palabra en la que la vida, acciones y pensamientos están perfectamente unidos. Por ello los mayores apóstoles de todos los tiempos han sido, no los hombres buenos, sino los hombres santos; aquellos que hablaban “de Cristo” pero porque habían hablado primero “con Cristo”. Aquellos que habían hecho primero un encuentro profundo con la Palabra que cambió radicalmente su vida.
Mi Señora que la distancia no sea ningún problema a la hora de ser generosa, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría san Agustín: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para dar».
PAZ Y BIEN
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