Cuando nos reconocemos hijos de Dios, tenemos claro cuál es nuestra misión en la vida, no importando el riesgo que se asuma por la causa, no hemos sido enviados por nuestra propia cuenta, Dios nos amó primero y nos hizo sus discípulos, nos concedió el gran privilegio de servirle y estar más cerca de su corazón, de su dolor, de sus proyectos; nos hizo participes de ayudar en la obra de salvación de la humanidad. Es un gran honor servirle, pero a la vez es un gran sufrimiento por amor.
El gran reto de la actualidad es saber vivir esta misión, no haciendo uso de ella en beneficio propio, sino guiados e impulsados por la gracia del Espíritu Santo, solo él nos hará vivir bajo la luz de la verdad. Vivir la verdad, vivir a Cristo es vivir en contravía y el signo de que esto es verdad, es la persecución, la crítica e incluso la propia muerte.
Concluyo diciendo que la radicalidad y la convicción, en anunciar a Cristo y su palabra, son el fruto de la profunda comunión con él, para el que ama nunca es suficiente lo que entrega, siempre se siente en deuda, una deuda de amor, que nos impulsa a arriesgarlo todo, por el Todo que es Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario