13 marzo, 2012

Movido a compasión...

El hombre se atreve a medir y a llevar la cuenta de su “generosidad al perdonar”: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». A Pedro le parece que siete veces ya es mucho o que es, quizá, el máximo que podemos soportar. Igualmente, Pedro no hizo nada, si lo comparamos con el hombre de la parábola; verdaderamente, nadie diría que venimos de recibir de parte de Dios un perdón infinitamente reiterado y sin límites. 
Pero da importancia la parábola al estilo de Dios a la hora de otorgar el perdón. Los límites del mal los define la Divina Misericordia. Esto no quiere decir que todo el mundo se salve automáticamente por la Divina Misericordia, disculpando así todo pecado, sino que Dios perdonará a todo pecador que acepte ser perdonado, por eso después de llamar al orden a su deudor moroso y de haberle hecho ver la gravedad de la situación, se dejó enternecer repentinamente por su petición afligida y humilde. Este suceso pone en pantalla aquello que cada uno de nosotros conoce por propia experiencia y con profundo agradecimiento: que Dios perdona sin límites al arrepentido y convertido. El final negativo y triste de la parábola, con todo, hace honor a la justicia y pone de manifiesto la veracidad de aquella otra sentencia de Jesús en Lc 6,38: «Con la medida con que midáis se os medirá».
Madre alcanza misericordia de Dios para mi alma, yo solo miro al cielo y oro bajo su enseñanza: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
PAZ Y BIEN


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