16 abril, 2013

Hay que buscar lo que se perdió donde está y no donde queremos que esté

Evangelio según San Juan 6,30-35.
Le dijeron: «¿Qué puedes hacer? ¿Qué señal milagrosa haces tú, para que la veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, según dice la Escritura: Se les dio a comer pan del cielo.»
Jesús contestó: «En verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo.»
Ellos dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed.
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El corazón del hombre siempre tendrá un vacío gigante que nada de este mundo puede saciar. El corazón del hombre, como decía San Agustín, no descansará hasta encontrar a Dios. Sólo en Dios encontraremos lo que estamos buscando, que se nos ha perdido y que hemos tratado de hallar en todas partes excepto donde se perdió.
Para encontrar algo hay que buscarlo donde está y no donde queremos que esté. Nuestra corazón sufre de una terrible ausencia de amor por el pecado y buscamos la cura donde queremos encontrarla y no donde debemos encontrarla. Es por esto que el Pan que Baja del Cielo es aquel que sacia el hambre y la sed eternas. Ese Pan que baja del Cielo es el mismo Jesús que se hace alimento por medio de la Eucaristía.
Danos, Señor, a comer de ti.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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