31 agosto, 2011

Evangelio según San Lucas 4,38-44. 
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
De muchos salían demonios, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos.
Pero él les dijo: "También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado".
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.

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¿Recibiste sanación física, espiritual, económica, etc.? ¿ya te levantaste para servir al Señor y a los demás? La suegra de Pedro se puso a servir a TODOS, no solo al que la curó. Aquella mujer supo lo que es gratitud con Dios: Amar a Dios y los hombres, servir a Dios y a los hermanos.
Esta mujer puede ser relacionada con la Virgen María, porque cuando uno ama auténticamente a Dios, tiene que amar, como la Inmaculada, a los hijos de Dios. Cuando uno ama a Dios, también tiene que amar lo que el ama porque así nos asemejaremos a Él.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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