Miércoles, 10 de agosto de 2011. Jn 12, 24-26
Dice Jesús: “El que quiera servirme, que me siga”
El Hijo del Hombre no tiene donde reposar su cabeza, entonces ¿Seguirlo a dónde? Seguirlo hasta la cruz, es seguirlo donde hay almas por salvar, es seguirlo en la caridad, y por eso hay que negarse a sí mismo, morir a nuestro propio querer y comodidad.
¡Qué honor!, mientras nos negamos y luchamos contra nosotros mismos, mientras nosotros nos sacrificamos, nos mortificamos, Jesús está con nosotros, está a nuestro lado, está dentro.
Así es el Amor, no se separa, se sacrifica, se dona y ese es el premio, tener a Jesús, tener a María.
Cabe preguntarnos, ¿Qué nos separa de Jesús y de María? ¿A que no hemos muerto? ¿Somos misioneros en todo momento?
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