Jueves, 11 de agosto de 2011. Mt 18, 21-19,1
Como no tenemos con que pagar, deberíamos ser vendidos con todas nuestras posesiones y seres queridos; es decir, para pagarle a Dios no nos alcanzaría ni con nuestra propia vida, sin embargo, el Padre envía a su Hijo para reconciliarnos, en realidad, cada sacrificio y cada tribulación que vivimos es nada, en comparación con nuestra deuda, en consecuencia, nuestra inmolación debe unirse a Jesús y es una gracia enorme que el Señor nos permite en nuestro camino hacia la santidad, es el perdón de nuestra deuda, es que Dios nos aleja del pecado mortal, nos deja marchar hacia sus brazos, nos deja ser libres, ¡qué lindo nuestro Dios!
¿Cómo corresponder al Señor y no terminar como el siervo malvado?
Teniendo el corazón de Dios, accediendo al Amor, a través de quien tiene la llave para entrar y permanecer allí: María, ella nos enseña a dejarnos amar y nos renueva en la memoria, las maravillas que Dios hace, la misericordia que tiene con su pueblo, con sus siervos, con Ella meditamos y escuchamos la Palabra de Dios, es con Ella que no nos dejamos llevar por nuestros impulsos y egoísmo, y podremos ver con otros ojos al hermano, que no sabía lo que hacía y que seguramente hace y ofende, lo mismo que he hecho yo. Es con María que podemos unirnos, amar y abrazar la cruz, entendiendo que participamos en una mísera parte de los sufrimientos de Cristo que nos ha perdonado toda la deuda.
Totus Tuus María.
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